miércoles, 14 de septiembre de 2011

“Siempre” es mucho tiempo.- (Capítulo OCHO)

Como casi todos los días, Margarita, se había levantado y había ido a cursar las materias que le correspondían aquel miércoles. Había intentado sin mucho éxito acercarse a un rubiecito (aunque ella era fanática de los morochos) para poder hacer grupo para realizar juntos las tareas con él y verlo fuera de hora. Concluido el horario de cursadas regresó a su domicilio. Levantó la persiana indicando que ya estaba de regreso en la casa, de la minúscula habitación que daba a la calle y que ella se empeñaba en llamar local de diseño “de barrio”, porque cuando se recibiese pensaba abrir uno nuevo o en su defecto, con ampliaciones refundar el que ya tenía para poder llamarlo profesional. Hasta ese momento todo era normal y lógico.
Pero lo que había ocurrido momentos atrás estaba fuera de lo esperado. Hacía mucho que no estaba con Tejedor a solas, y a ser francos todas las veces que lo habían estado había sido porque ella había forzado un poco el asunto. Que fuese él quien se presentaba para preanunciar una cita era toda una novedad. Margarita se encontraba exultante de emoción. Colgó el cartelito de “regreso pronto” en la puerta y se fue a mejorar un poco su aspecto. A los diez minutos con las manos transpiradas a tal punto que mojaron el vidrio al quitar el cartel, ya estaba preparada para esperar a su hombre.
A todo esto y en ese mismo instante Tejedo ingresaba a la mismísimo Biblioteca Municipal. Un frío húmedo lo recibió del lado de adentro. Cada paso que daba producía un eco que lo incomodaba. Miró en todas las direcciones y solo divisó libros y más libros. Se mareó un tanto y caminó en círculos hasta encontrar un claro en una de las paredes y se apoyó a respirar buscando recobrar su línea. Cerró por un instante los ojos. Tiempo suficiente para pegar un respingo cuando una mano muy delicada se le posó en el hombro.
-Patria, el Padre de la Patria- aulló sin saber a quién.
-Seguramente usted se está refiriendo a nuestro ilustre Don José de San Martín. ¿No es así?
-Si exactamente, ¿como lo supo?
-Trabajo hace 35 años en este lugar. Mi nombre es Elvira mucho gusto.
-Cómo le va Elvira, a usted venía a buscar, yo soy muy amigo de su prima, ella me recomendó que viniese a este lugar, que usted sabría como atenderme.
-Con muchísimo gusto. Será un honor para mí.
-Usted bien lo dijo anteriormente. Yo vengo en busca de datos de nuestro Primer Padre de la Patria. Porque convengamos que él es el primero pero hay otros y vendrán más no cree- dijo tomando su campera de fajina de las solapas y golpeándose el pecho con los pulgares.
-Sí, es posible que haya algún que otro prócer de segundo orden que tenga mérito, pero créame que cuesta encontrarlos y hoy en día mucho más. Casi me animaría a decir que en esta República solo hubo dos hombres con Mayúscula: el General Don José de San Martín y el Teniente Coronel Juan Domingo Perón.
-Si, si. Yo coincido con su reflexión.
-Mire aca le hago entrega de los dos ejemplares modelo de ésta Biblioteca. No solo que son los más antiguos y valiosos de una colección única en el mundo, sino que fueron donados justamente -no a esta institución porque aun no existía, pero entregados a la Municipalidad de aquel entonces- por el mismísimo escritor. Higinio Fulkner lo conoce quiero creer.
-Por supuesto he leído más de una crónica del afamado historiador londinense. Y créame cuando le digo que sin dudas a mi entender es el mejor biógrafo que haya existido.
-Que suerte que pueda disfrutarlo tanto como yo. Solo un erudito puede apreciar ciertas cosas.
-Soy muy erudito si eso quiere saber- le dijo Tejedor tomándola de la mano.
-Ya lo creo. Se lo veo en sus ojos. Ahora discúlpeme, no son muchos los lectores que se llegan hasta la Biblioteca, pero me gusta atenderlos acabadamente, por lo que debo abandonarlo y dejarlo con su lectura.
-Si acabadamente….Se lo agradezco.
-Salude a mi prima de mi parte.
La vieja fue a perderse en las profundidades del mundo de los libros. Tejedor busco el índice del primero de los tomos que le había entregado: San Martín 1 el otro era el 2 y buscó el índice. Resumen: pag. 435 leyó. Allí fue donde lo abrió. Convengamos que él no era de los más lectores, contó las hojas hasta el final del libro: 23 y sin ningún dibujito. No estaba dispuesto a perder toda la tarde dentro de aquel sombrío lugar. Arrancó de un solo movimiento todo el pliegue y se lo escondió dentro de la campera, había decidido leerlo en su casa. Dejó ambos libros bien acomodados en el centro de la mesa donde se había ubicado. Cuando se retiró saludó a Elvira con la mano sin obtener respuesta, Elvira no veía a más de cinco metros de distancia.
-Que barbaridad todo lo que hay que hacer para ser Padre de la Patria. Pero Elvira tiene razón ya no hay muchos Padres de la Patria, capaz que ahora es más fácil que antes. Y si no, la otra que me queda, es ser el nuevo Perón. El del “trabajador”, con esa cantinela se supo ganar su buena fama el hombre, pero sería también complicado, si ni recuerdo cuando fue la última vez que trabajé. Es más creo no haber trabajado nunca…
Alguien que pasaba a su lado lo miró como quien mira a un loco de atar que se acaba de soltar y va relatando sus pesares.
Por inercia volvió a entrar en el local de diseño “de barrio” de Margarita sin siquiera recordar que lo había hecho una par de horas atrás.
-Sabía que vendrías. Por eso te esperé con tantas ansias y me puse linda para vos.
En parte mentía. La pobre Margarita solo podía ponerse.
-Dios mío nunca había visto a una persona tan amarilla.
-Viste, estoy toda al tono, son nueve prendas del mismo color. ¿Me las querés sacar? No pretenderás que me quede así para siempre.
-No querida. “Siempre” es mucho tiempo.