miércoles, 3 de agosto de 2011

Sí, mi General.- (Capítulo SIETE)

Mientras los redondeles en los días se iban acumulando las ansias de entrar en acción del ciudadano Tejedor se acrecentaban. Con el póster que había adquirido en el remate de Quijada y Hermanos la cantidad acumulada llegaba a cinco. Todos ellos de tamaño natural. El General Don José de San Martín ya se encontraba en cada una de las habitaciones de la casa. A Clarita la cosa no le hacía mucha gracia, en realidad a ella no le hacía mucha gracia nada, pero a su hija sí, por lo que aguantaba los rayes de su marido sin emitir opinión al respecto.
-Hija le pediré que al menos una vez por día, aunque si lo hiciese cada vez que pasa por delante de la figura de nuestro Padre de la Patria mucho mejor, se hiciese la señal de la cruz mirándolo a los ojos.
De más está aclarar que la nena como siguiendo una especie de juego realizaba lo que su padre le ordenaba. No solo eso, lo mejoraba.
-Papi y si mejor de hacer la señal de la cruz le hago el saludo militar llevándome la punta de los dedos de la mano izquierda a la misma sien.
-¿De donde has sacado esa clase de señal hija mía?
-De los libros de historia, papi.
-Y claro si aca se pierde todo con tu madre, si no se hubiese perdido justo esa hoja también yo lo sabría…-balbuceó.
-¿Cómo papi?
-Nada, nada.
-Porque ese es el saludo militar que Josecito le hacía a sus soldados antes de cruzar la cordillera.
-Claro, si, si claro- un tanto desorientado.
-¿Entonces le puedo hacer la señal militar papi?- ya marcando el saludo y con los pies en posición de firmes.
-Si, si…pero entonces el de la señal de la cruz quién era…- en voz baja yendo a revolver distintos cajones en busca de más datos.
Pero no había caso. En su casa no había por ninguna parte respuesta a sus preguntas. Ni siquiera a una de ellas.
Su capacidad intelectual lo ayudó a salir de aquel inconveniente y decidió emprender viaje a la Biblioteca Municipal. Claro que antes debía averiguar la dirección.
Que bien me siento al descubrir que mi primera vez en la biblioteca se la debo a mi inspirador se dijo. Siempre uno de los nuestros atento y dispuesto a ayudarnos cuando lo necesitamos, continuó, mientras levantaba ambas manos al cielo.
-Disculpe oficial, pero quisiera preguntarle si sabe la dirección de la Biblioteca Municipal, es que debo estudiar todos y cada uno de los movimiento que realizara el primer Padre de la Patria.
-Documentos-. Contestó el mismo policía de la vez anterior.
-Ya vas a ver. Vas a ser el primero que eche a la mierda cuando me haga cargo de todo esto. Cuanta depuración se va a venir y vos serás el primero.
El agente lo miró por unos instantes y luego giró la espalda para continuar charlando con otros dos policías que vestidos de civil discutían sobre si el fútbol o la cumbia era el espectáculo que más gente llevaba en la actualidad.
Medio valentonado emprendió su marcha sin rumbo determinado.
-Señora venga para aca- ya en un estado de nerviosismo importante, dirigiéndose a una vieja que deambulaba a unos diez metro de distancias.
-Aquí tiene mis documentos Dotor.
-Como me va a costar quitar la lacra…
-Señora dígame donde queda la Biblioteca en esta ciudad.
-Es en la calle Don José de San Martín al mil quinientos. Pida por Elvira que es prima mía ella atiende todos lo días hasta las doce, dígale que va de parte mía que lo va a atender muy bien.
-Muchas gracias señora me acordaré bien de Usted cuando sea el momento.
Claro, cómo no podía ser de otra manera, la Biblioteca está en la calle que debía estar. Me tendría que haber dado cuenta solo, a mí también me faltan muchas cosas por aprender- ya dirigiéndose a su lugar de destino.
-Dotor los documentos-. GritabaIntentaba gritar la vieja mientras revoleaba los brazos.
-Don José viejo y peludo nomás…- fue solo su comentario.
Rápidamente advirtió que la calle por la que debía andarse unas cuantas cuadras la conocía y más que bien. En cada una de las que surcaba sabía nombre, vida y obra de la mayoría de los vecinos, esto lo hacía inflarse el pecho y desplazarse como si fuese el patrón de la vereda.
-Lo de chingolo, lo de Arruti, lo de Petraca, lo de Riquieli, lo de Masanes, lo de Espotorno- iba diciendo y señalando con el dedo dando una sentencia terminante delante de cada una de las puertas de las casas conocidas, que eran casi todas.
-Lo de la arremetedora. Acá es lo de la arremetedora-. Y sin saber por que se metió dentro de la casa/estudio de diseño de Margarita.
-Hola hola hola que lo trae por aquí a mi General preferido.
Tejedor aprovechaba para observar su reflejo en el espejo. Y sí, era posible que cualquiera lo confunda con un militar de rango. No solo su inexplicable atuendo verde lo hacía suponer, sino que un aura, un aura de nuevo Padre de la Patria lo envolvía todo y lo hacía más verde aun.
-De recorrida nada más- dejando caer ambos brazos al costado del cuerpo produciendo un pequeño sonido.
-¿No quiere pasar a revisar las condiciones de mi trinchera?
-Por supuesto. A eso he venido.
A Margarita le transpiraban las manos.
-Pero antes debo hacer una visita a la Biblioteca.
-Si. Sí mi General lo estaré esperando para cuando usted lo crea conveniente- las manos goteaban creando un diminuto mar salado en el suelo.